Después de hablar diez minutos por el teléfono blanco de su habitación, los finales con su esposo, la mujer es asesinada. El aparato queda quieto, luego ring, ring, ring y vemos una mano enguantada que lo descuelga y se oye una voz de gánster: Sorry, wrong number. Tal es el título de la película de 1948 en que actuaron Barbara Stanwyck y Burt Lancaster, donde el teléfono negro es un auténtico personaje. Seguro la vi de niño, puesto que la última escena quedó en mi memoria para siempre. Y, como dijo Antonio Machado, Hoy es siempre todavía.
Cuando los Beatles, siendo muy jóvenes, salieron de Liverpool rumbo a Hamburgo, John Lennon prometió a su tía Mimí que la llamaría por teléfono al llegar. Aseguran que la llamó todos los días de su vida.
En los años sesenta el teléfono se convirtió en un instrumento necesario en las familias de ciudades y pueblos. Desde luego, en los barrios donde tenían línea y se podía pagar la mensualidad. Naturalmente que había en hoteles y haciendas de millonarios. Los números eran cortos; por ejemplo, el de la familia de Leonor en Culiacán era 2 43 37. Los aparatos eran negros o de color claro, como en la película. Servían para reportarse.
—Vieja, voy a llegar tarde, salió trabajo en la oficina —informaba el papá que se encontraba bebiendo en alguna cantina.
—Mamá, me voy a quedar con la Menchu, tenemos mucha tarea —alcanzaba a decir la chica justo antes de que su novio le diera el beso que abre la puerta del paraíso. Ese que celebra la Navidad en agosto.
Música maestro Chava Flores:
Oye Bartola, ahí te dejo esos dos pesos, pagas la renta, el teléfono y la luz.
Problema grave era cuando nadie llamaba.
—¿Qué le pasa a esta pinche gente?, ¿no son para hacer una puta llamada para saber si estoy muerto o me saqué el premio mayor?
Las llamadas nocturnas eran las más indeseables. Aves de mal agüero. Anunciaban accidentes, muertes y daños colaterales.
Había pasado la masacre del dos de octubre del 68 y el ataque de los Halcones en el 71. Así que todos estábamos encrespados.
¡Pinches polis putos! ¡A chingar a su madre, pinches asesinos!
El compa que peleó con su novia vio alejarse la patrulla y poco a poco se le bajó el coraje, se arrepintió de su rabieta y se formó en la fila. El acuerdo es que debíamos hablar hasta dos minutos. Así que al bato le quedaban tres horas para encontrar las palabras precisas para no escuchar “número equivocado”.
¿Se acuerdan de este dueto? Dalida et Alain Delon, Paroles… Paroles.
C’est étrange, je ne sais ce qui m’arrive ce soir / Je te regarde comme pour la première fois / Encore des mots, toujours des mots, les mêmes mots…
Claro, no era la hot line, pero ellas y ellos llamaban para decirse “te amo”, “te extraño”, “muero de ganas de ver tus ojos, ¿cuándo podré estar contigo?”. Las respuestas podían ser: “nos vemos esta noche” o “qué enfadoso es este pendejo, ¿qué se cree, Alain Delon?”.
En ambos casos el teléfono unía, por eso ese muchacho, que estudiaba alguna carrera que le daría el sustento, hacía fila y solo le faltaban cincuenta y dos hablantes para conversar con su chica y decirle, prometerle, pues eso que se promete cuando estás arrepentido. Al día siguiente, en una ciudad lejana, José Luis Perales empezaba a componer esa que dice:
Me llamas, para decirme que te marchas, que ya no aguantas más…
Mujer educada y con todas las ganas de pintarle sus verdades en la jeta a ese bato que no la merecía. Qué bueno que usó el teléfono, porque ¿qué tal si el tipo se ponía violento?
La verdad es que si a alguien no le dijeron lo que no quería escuchar por teléfono, es que conoció poca gente. ¿Imaginan una universitaria con más de cincuenta relaciones? Pues claro que el teléfono funcionaba. ¡Saludos, prima!
Viene Girls Just Want to Have Fun, Cyndi Lauper:
The phone rings in the middle of the night / My father yells / What you gonna do with your life?
Los papás no se conformaban con la pérdida del control. Llamaban a las hijas, pero de poco servía. Ay, el teléfono, una maravilla. Muy importante en el equilibrio social. A veces también te llamaban para decirte que tenías empleo, que esa noche había fiesta, para amenazarte o para conversar sobre lo estúpidas que eran muchas horas en la vida de los jóvenes.
A veces me dicen que los que vivimos en aquella época teníamos menos cosas, pero más historias.
En los setenta, la policía mexicana perseguía, atrapaba y desaparecía a izquierdistas que consideraban una amenaza para la estabilidad del gobierno. Ya sé que es absurdo, pero así era. Los detenían en sus casas, en la calle, en las universidades o en las famosas casas de seguridad, que no lo eran tanto. ¿Cómo los encontraban? Uno de sus recursos era intervenir las líneas de las familias y amigos de los sospechosos.
Entonces, la pandilla que sabía reconectar teléfonos públicos para llamadas de larga distancia aprendimos a localizar aparatos intervenidos. Utilizábamos lo único que teníamos a mano: unos pequeños radios de transistores que hacían un ruido particular ante la línea intervenida. ¿Salvamos a alguien? Ni idea, pero hicimos nuestro trabajo.
Está bien, vamos con Blondie y su rola Call Me.
Se acuerdan, Call me, call me any, anytime…
Otro teléfono famoso es uno que descuelgan en una película cuyo guion escribieron Gore Vidal y Francis Ford Coppola. Al final se oye una pregunta insistente que nadie se atreve a responder: “¿Arde París?”. Muchos años después ardió Notre Dame, que es París y gran parte del mundo, y fue un pésimo momento para los que amamos los grandes símbolos de nuestra cultura.
¿Se acuerdan del cuento Solo vine a hablar por teléfono, de Gabriel García Márquez? Cuando lo leyó el que inventó el teléfono inalámbrico sonrió y movió la cabeza desaprobando. ¿Qué les costaba instalar uno en el carro de la mujer? Esos teléfonos se usaban en los autos de lujo y eran la delicia en las películas de James Bond.
Y llega la deslumbrante Petula Clark con Call Me.
Call me, don’t be afraid, you can call me…
El teléfono fue parte de la democracia y, como en las democracias de verdad, carecía de importancia si lo había inventado Bell, Tesla o Anita la huerfanita. Lo podían usar los niños, los ancianos y los astronautas para decirnos que la humanidad había dado un paso gigante.
Muchos años después, en una cantina de mala muerte donde los meseros, como un pelotón de fusilamiento, guardaban celosamente un hielo que había conocido a alguien, topé con el compa que acostumbraba reñir con su morra por teléfono. Graduado, con buen empleo y casado. Lloraba como Boabdil.
—Qué onda, bato.
—Se fue, mi Élmer, no sé por qué me empeño en vivir con esa mujer si no paramos de pelear.
Lugar a tope. Entre los clientes distinguí a Arturo Pérez-Reverte, al Batman Güemes, a Julio Bernal y a un bato que no reconocí porque estaba de espaldas. Bebían tequila y cerveza.
—¿Pero la amas y quieres seguir casado con ella?
—Claro —exclamó de inmediato—. La quiero un chingo.
Y continuó con su llanto lastimero. Llamé a un guitarrista que se las sabía todas.
—Clapton, seguro te sabes esa rolita de Tom Waits, Please Call Me Baby, Wherever You Are. Este bato necesita que la escuche su vieja, que se enojó y se largó con su madre.
—Oh, right.
Con un billete de buen color, el barman nos prestó el teléfono de mala gana. El inglés tocó y cantó como nunca en su vida, y la reconciliación no se hizo esperar. Sin dudarlo, le ordenó que pasara por ella.
Esa noche rompieron el catre, conversaron, decidieron tener dos hijos y dividir los trabajos de la casa.
Y bueno. Termino con la música de Stevie Wonder: I Just Called to Say I Love You, porque a la mayoría nos gustó y para que se sientan seguros de que el teléfono hizo posible infinidad de uniones de pensamientos puros —y no tanto—, de toda índole, que duraron lo que debían durar.